Echar de menos a alguien es uno de los sentimientos más dolorosos que podemos experimentar. Extrañar va más allá de acordarnos de los buenos momentos vividos con esa persona, aunque ya no forme parte de nues- tra vida y hace mucho que la hemos sacado de nuestro corazón, su recuerdo nos asecha de noche y de día. Entonces, ¿por qué extrañamos?, ¿es posible evitarlo? El problema de extrañar a alguien reside en el vacío que nos ha dejado ese ser al irse. El espacio se debe llenar de alguna manera y no siempre la solución es dejar entrar a alguien más.
Podemos citar muchos ejemplos de gente que extraña- mos: echamos de menos a un amor de la adolescencia, a un amigo muy querido, a un abuelo que falleció hace un tiempo, a los instantes de felicidad con nuestra familia en la infancia…
No deseamos extrañar, pero sin embargo es algo que no podemos controlar y que duele sobremanera. Más allá de la falta que nos puede hacer esa persona (o esa situ- ación), lo que en verdad nos hace sentir es una opresión en el pecho y que las lágrimas broten de nuestros ojos. Es el hueco que ha quedado vacío y que no podemos llenar.
Cuando amas profundamente a alguien y has sido real- mente feliz al lado de él, el hecho de que ya no esté junto a ti es motivo de tristeza. Por supuesto que es comprensible en los primeros momentos, sin embargo pasado cierto tiempo deberías salir adelante y continuar con tu vida.
Extrañar es más que recordar y sobre todo, más que su- frir. Porque puedes tener el lindo recuerdo de una mae- stra de la escuela o de un viaje que has hecho. Pero, echar de menos va más allá. Echar de menos es volver a encontrarnos frente al vacío que nos dejó esa partida. ¡Y es muy difícil de llenarlo otra vez!
¿Qué se puede deducir de ello? ¡Que los recuerdos se mantienen en el cerebro! Es decir, que no están relacio- nados a los sentimientos y si así fuere, no nos entriste- cen o nos dan ganas de llorar. Para resumir, extrañar es añorar a una persona y los momentos que hemos vivido juntos.
Por su parte recordar es traer esas lindas escenas a nuestra mente pero dejando de lado la añoranza o la nostalgia. O sea, sin los sentimientos que se experimen- taron en ese entonces. Por supuesto que es difícil “ar- rancar” las emociones de un recuerdo, no somos robots ni máquinas. Pero muchas veces vale la pena hacer el intento para evitar la depresión, el llanto o incluso el odio que nos genera.
Con el correr del tiempo verás que los recuerdos dejan de dolerte y si bien puedes extrañar algo de esa perso- na, el vacío que ha dejado al irse ya no te impide seguir adelante.