El cuerpo nunca miente, ya que su forma refleja quiénes somos por dentro.
Si llevamos la cabeza baja, tenemos los hombros encogidos, el pecho cerrado y los pies pesados, todo ello puede mostrar sentimientos de debilidad y resignación. Por el contrario, si portamos la cabeza erguida, los hombros abiertos, respiramos con facilidad y caminamos con paso ligero, todo ello indicará confianza y vitalidad.
El modo en que nos presentamos ante el mundo está condicionado por nuestras creencias, miedos y emociones, y los tejidos corporales mismos adoptan una forma determinada para apoyar este estado mental. Tanto nuestros traumas físicos y psicológicos, y nuestras experiencias, como nuestros pensamientos y sentimientos más profundos y nuestro carácter se manifiestan en el modo en que nuestros cuerpos adoptan patrones estructurales.
Investigaciones realizadas demuestran cómo patrones habituales de pensamiento pueden crear surcos neurales en el córtex del cerebro. Los patrones mentales se convierten literalmente en surcos anatómicos en el cerebro, que influencian el modo en que el sistema nervioso central expresa su motilidad. «A lo largo de los años nuestros cuerpos se convierten en autobiografías andantes que hablan, tanto a extraños como a amigos, de las cargas y tensiones de nuestras vidas».
Las improntas de cualquier experiencia abrumadora permanecen contenidas en el cuerpo como inercia, afectando la capacidad del cuerpo de expresar su salud intrínseca.Aunque es natural e inevitable experimentar sufrimiento en nuestras vidas, este puede quedar atrapado en el cuerpo y continuar mostrándose en ciclos repetitivos como experiencias congeladas, si no somos capaces de liberarnos de ellas. De este modo, cargamos con nuestras experiencias físicas y emocionales como si fuera un equipaje extra que formara parte intrínseca de nuestras vidas.
Parece que el tejido conjuntivo juega un papel especialmente importante en el almacenamiento de estas experiencias. Por ejemplo, la rabia contenida puede manifestarse en un diafragma restringido como tensión en el plexo solar, que a su vez puede conducir a problemas digestivos y dolor de espalda. Así, el cuerpo se convierte en «un almacén de emociones y creencias». Estas fuerzas inerciales quedan atrapadas en los tejidos, y por lo tanto siguen repitiéndose cíclicamente sin llegar a resolverse cuando no se recibe el tratamiento adecuado.