Cada etapa de la vida, requiere capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias.
La primavera es un buen ejemplo. Muchas personas llegan a ella tras un invierno de gran actividad. Es momento para detenerse y soltar lastre a n de abrirse a toda esa luz que llega del cielo y transforma la tierra. ¡Pero cómo cuesta hacer un alto y poner orden!
Un compromiso conduce a otro y hasta la Semana Santa carece de compromisos. El cuerpo protesta entonces por vías que difícilmente pueden taparse: alergias, fatiga primaveral, problemas víricos, granos, dolor de espalda…
El Segundo Principio de la Termodinámica nos dice que cada vez que la materia se transforma en energía, una parte de dicha energía deja de ser utilizable y pasa a incrementar el desorden (la entropía) del entorno.
Quizá por eso cuantas más fuerzas gastamos para «mejorar» nuestro mundo, más parecen aumentar el caos y la insatisfacción. Limpiamos nuestras casas a costa de contaminar la naturaleza. Quemamos energía para movernos y calentarnos pero llenamos la atmósfera de dióxido de carbono. Comemos en abundancia y los radicales libres oxidan nuestros tejidos, que acumulan grasa. Buscamos luego la salud en una pastilla cuya factura repercute en el hígado…
Hay algo en los paisajes y el estilo de vida de antaño que hoy resulta inalcanzable: es el orden que nace de la actividad justa. Por eso es tan importante equilibrar la acción con relajación, curarse con descanso y no con fármacos, consumir menos y sentir más. Desarrollar una atención tranquila con un masaje que permita rehabilitar el cuerpo. En esas experiencias introspectivas se gestan las semillas del bienestar y la salud.