Stanley Keleman en su libro Anatomía Emocional dice: “No hay dualismos de mente y cuerpo, energía y materia o energía y cuerpo, sino una estructura unificada de la que proceden los sentimientos, la excitación y la actitud psicológica…el lenguaje corporal es el lenguaje de la vida”.
Partiendo de esta premisa y pensando en cómo nos expresamos sobre el cuerpo y las enfermedades, ¿Qué cambia al utilizar una u otra de las siguientes expresiones?
“Soy” una persona enferma o “Tengo” una enfermedad.
En la primera me hago cargo de la enfermedad de mi SER, en la segunda la sitúo en el afuera, y desde allí no es posible conectarse con uno mismo, no hay conciencia sobre lo que esa enfermedad está tratando de expresar sobre mi SER, no hay conciencia sobre el recurso que estoy poniendo en juego para no hacer contacto con vaya a saber qué emoción y situación no elaborada. Ese es el recurso de la enfermedad, traducido en el hecho de no ver que al trabajar internamente y transitar el proceso de elaboración de las emociones, puedo decidir por el recurso de la salud. Salud mental y física, las cuales forman parte de una misma unidad, la unidad del sujeto como un sistema complejo en el cual siempre estará presente la acción conjunta y difícilmente deslindable de la herencia, la situación actual, la historia personal, los conflictos humanos y, las condiciones sociales-políticas-culturales.
Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke en su libro La enfermedad como camino lo transmiten claramente: “no hay una diversidad de enfermedades curables, sino una sola enfermedad determinante del “mal estar” del individuo. Lo que llamamos enfermedad son en realidad síntomas de esta única enfermedad…todos los síntomas tienen un sentido profundo para la vida de la persona: nos transmiten mensajes del ámbito espiritual, y de su adecuada interpretación dependerá nuestra capacidad de recuperarnos”.
Por esto es importante darnos cuenta de que sí es posible hacer algo con lo que sentimos, que sí tenemos poder de decisión sobre nuestras emociones y sentimientos. Empezar por darnos el tiempo para registrar nuestro cuerpo, nuestras conductas cotidianas, desde la respiración hasta la alimentación, trabajar internamente para poder librarse de determinados hábitos que no son útiles, y que hemos incorporado hasta hacerlos de un modo automático, porque el cerebro los ha fijado de tal manera que los concebimos como única forma de hacer las cosas, cerrando así un abanico de alternativas que nos pueden brindar mejor calidad de vida. Abrir nuevas puertas -muchas veces- es la clave para vivir mejor.