Entender qué es la percepción del tiempo es una de las grandes cuestiones que aún no han resuelto los científicos.
En relación con los ritmos biológicos y las experiencias de duración, que constituyen el foco del presente artículo, podemos considerar que en nuestro cerebro tenemos varios relojes, cada uno especializado en medir un rango de duración concreto.
Uno de ellos es el reloj circadiano, sintonizado para medir duraciones en torno a las horas del día.
Se encarga del control de nuestros horarios de vigilia y sueño, de alimentación, etc. Este es el famoso reloj que se desajusta cuando hacemos un largo viaje en avión y provoca el fenómeno conocido como «jetlag».
Nuestro cerebro además cuenta con un reloj de milisegundos, capaz de procesar con gran precisión intervalos muy breves. Este cronometraje es muy importante para, entre otras cosas, percibir el habla correctamente o para el control de nuestros movimientos.
Finalmente, el reloj cognitivo sirve para medir duraciones comprendidas entre segundos y minutos y se encarga de nuestra experiencia consciente del paso del tiempo. La gran ventaja de este reloj es que es muy flexible, es decir, se puede poner en marcha y parar cuando queramos.
La atención que prestamos a los eventos también es un factor crucial que determina el funcionamiento de nuestro reloj cognitivo.
Cuando prestamos mucha atención a que ocurra algo y, por tanto, nos focalizamos en el paso del tiempo, experimentamos una sensación subjetiva de que el tiempo pasa muy despacio.
Todo lo contrario ocurre si estamos viendo una película muy entretenida o estamos realizando una actividad muy absorbente, eso es lo que captura nuestro foco de atención y el tiempo pasa sin que seamos conscientes de ello. Es como si, al distraernos, perdiéramos la cuenta de algunos tic-tac o pulsos de nuestro reloj cognitivo y tenemos la sensación de que se acorta el tiempo.
Es interesante destacar que situaciones como las anteriores, en las que el tiempo se alarga o se acorta, suelen llevar asociado un importante componente emocional.
La relación entre la percepción del tiempo y nuestras emociones también ocurre en sentido inverso, es decir, las emociones influyen en cómo percibimos el tiempo.